Conductas impresentables para gente con talento

Nadie se ha parado a pensar que para ser una gran actriz (o un gran actor, pintor, músico, deportista…) no hace falta ser una buena persona. Kirk Douglas lo explicó muy bien tras su experiencia con Stanley Kubrick en Espartaco (1960): “es un gran director y un pedazo de mierda, un pedazo de mierda con talento”.

Otro genio, Ridley Scott, también parece tenerlo claro: “Creo que el arte es una cosa que no debería mezclarse con quién es ese artista en su vida personal”. Jeanne Moreau coincidió con Burt Lancaster en El tren (1964) y no le gustó nada la experiencia porque se encontró con “un hombre muy desagradable”. James Mason rodó con Raquel Welch la comedia de intriga El fin de Sheila (1973) y terminó diciendo que era “la actriz más egoísta, maleducada y desconsiderada con la que he tenido el disgusto de trabajar”.

Después de Los viajes de Sullivan (1941), Joel McCrea solía decir que “La vida es demasiado corta para dos películas con Veronica Lake”. Tom Cruise ha hecho y dicho muchas tonterías, como estas dos: cuestionar a Brooke Shields cuando la actriz confesó que había tomado antidepresivos para combatir su depresión post-parto y atacar con virulencia la psiquiatría hasta el punto de que Janet Carroll, la actriz que interpretaba a su madre en Risky Business (1983), dijo con mucha gracia: “La gente me pregunta: ¿sabías cuando trabajaste con él, que tu hijo se volvería un chiflado?”. Hombres desagradables, mujeres egoístas y maleducadas, tipos chiflados… ¿Qué tiene que ver eso con el talento?

Fernando Colomo decía hace poco que Klaus Kinski, con el que rodó El caballero del dragón (1985) «era un niño mimado, consentido y maleducado. De haber sido una persona mayor, solo le cabría el calificativo de hijo de puta».

Pero hay más. Con todos ustedes, uno de los mayores genios de la historia del cine: Charlie Chaplin que, según cuenta Jerry Stahl “se lo montaba con cantidad de menores. Ahora tiene tanto miedo de que Photoplay lo descubra que no se atreve a pasar con el coche por delante de una escuela primaria”. Chaplin había cumplido los 30 cuando dejó embarazadas a dos chicas de 16 años, Mildred Harris, con la que se casó en octubre de 1918, y Lita Grey con la que se casó el 26 de noviembre de 1924.

A continuación, aparece Roscoe “Fatty” Arbuckle, el primer actor de cine que ganó un millón de dólares al año. Pero el cómico gordinflón al que adoraba el público tiene el honor de ser la primera gran estrella de Hollywood cancelada. El viernes 5 de septiembre de 1921 celebró una fiesta en su suite del hotel ST. Francis de San Francisco. La juerga se anima y Fatty termina con una aspirante a actriz, Virgina Rappe, en una de las habitaciones. La chica murió de forma terrible y el actor fue acusado de asesinato y violación. Aunque fue absuelto por un jurado popular, Fatty fue demonizado y se convirtió en el “primer famoso cuya supuesta culpabilidad -y presunta inocencia- galvanizó a Estados Unidos”, como cuenta Jerry Stahl en el estupendo libro Yo, Fatty. Buster Keaton, que era su amigo, lo resumió mejor: “Quizá Hollywood es tan perverso, que necesita un Cristo de 136 kilos que muera por sus pecados”. Fatty cancelado, su nuevo estreno, Gasolina Gus (1921), retirada de su local de estreno, el Million Dolar Theatre, en Los Angeles. “Seguía siendo sospechoso y odiado, y si había algún lugar en el mundo donde aún pudiera ser gracioso, haría falta un safari para llegar hasta allí”, dice Stahl en su recreación en primera persona de la vida del cómico. Y sigue: “Una noche fuimos al Crazy Horse con Mary Pickford y tuve la clara sensación de que la señorita Fairbanks hubiera preferido que la vieran acompañada por el cadáver de Lincoln”.

Quizá ahora muchos prefieran que los vean en los Goya o en los Oscar “acompañados por el cadáver de Lincoln” antes que del brazo de Karla Sofía Gascón. Nada ha cambiado. Todos cancelados. Kevin Spacey y Armie Hammer son los nuevos fichajes. Will Smith y Hugh Grant salvaron los muebles en el último minuto. El primero por un tortazo estuvo a punto de caer al abismo. El segundo, por romper su imagen de galán romántico (que tanto dinero generaba) una noche de sexo en una calle de Los Angeles no fue apartado de Hollywood porque pidió perdón en un programa de televisión. Gasolina Gus (1921) retirada y Todo el dinero del mundo (2017) revisada para eliminar a Spacey y sustituirle por Christopher Plummer. Esta operación fue supervisada por Ridley Scott, el mismo que más arriba pide que no se debe mezclar al artista con su vida personal.

Con Mark Wahlberg no está Kevin Spacey, que es quien debería haber estado.

Volvamos atrás. 25 de septiembre de 1933, un joven de 27 años, que empezaba como guionista en Hollywood, hijo de un respetado actor, atropella y mata a una mujer en una calle de Los Angeles. La víctima es Tosca Roulien, la esposa de la estrella brasileña Raoul Roulien. El padre del chico mueve contactos y pide ayuda al poderoso Louis B. Mayer. Lo primero, que la chismosa oficial de Hollywood Louella Parsons cierre el pico. La periodista escribe bajo contrato en los periódicos de William Randolph Hearst y el magnate de los medios de comunicación tiene negocios con Mayer: MGM financia las películas de Cosmopolitan, la productora de Hearst. El padre del chico “le pidió a Mayer que hiciera todo lo que pudiera para impedir que Parsons hurgara demasiado en las desgracias de su hijo”, que dicho sea de paso había sido detenido y multado por dos accidentes de coche yendo borracho. Como a Fatty, el gran jurado exoneró al acusado. El Examiner de Hearst no pudo resistirse y salió con el titular: “¿Por qué hay que exculpar a los conductores asesinos?”, para en páginas interiores sentenciar que “un automóvil manejado por un conductor incompetente o temerario o borracho es casi tan peligroso como una metralleta manejada por un gánster”. El protagonista de este suceso se llamaba John Huston y su padre era Walter Huston.

No conviene mirar en el pasado de los artistas porque nos podemos llevar muchas sorpresas. Como dijo un periodista: «Las celebridades temen ser canceladas por pecados pasados o actuales (o simplemente por la apariencia de haberlos cometido)». Son tiempos convulsos y peligrosos. Quizá deberíamos oír a los maestros, tipo Raymond Chandler, que en la novela La hermana pequeña (The Little Sister) publicada en 1949 escribió: «Si los actores no llevaran una vida intensa y bastante desordenada, si no se dejaran arrastrar tanto por sus emociones… bueno, no serían capaces de coger esas emociones al vuelo e imprimirlas en unos momentos de celuloide o proyectarlas a través de las candilejas».

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